Aseguraba Cela que “en España, el que resiste, gana”.
Y vaya si ganó. Al reconocimiento público de una carrera literaria cimentada en
dos obras de indiscutible valor sumó el Príncipe de Asturias; el Nobel; un
Planeta, que no por ser dudoso fue menos suculento, y un Cervantes, según sus
propias palabras, “cubierto de mierda”. Hasta el momento en que le fue
concedido, claro, que pasó a ser lustroso y brillante como una patena.
Pero no crean que el de don Camilo es un caso
aislado de resistencia patria. Ni tan siquiera es el más significado. Ahí
tienen, por ejemplo, a Mariano Rajoy Brey, que fiel a su estilo don Tancredo
aguanta sin moverse desde el día en que fue señalado por el dedo sucesorio de
Aznar, convencido de que un político de tan escaso carisma no podría hacerle
más sombra que su bigote, ese que está sin estar, ni se atrevería a desmontar
el tinglado con el que el partido se financiaba. Cuando en 2004 perdió las
elecciones frente a José Luis Rodríguez Zapatero, Rajoy empezó a dar muestras
de su naturaleza de estatua y se sentó a esperar a que los vientos hiciesen
girar la veleta. Volvió a caer derrotado en 2008, cuando los primeros coletazos
de la crisis anunciaban el carácter de espejismo de una nueva legislatura con
gobierno socialista tan solo en lo nominativo. Tras recortes y malabarismos lingüísticos del ejecutivo,
el camino del líder popular quedaba expedito pese a la alarmante sucesión de
casos de corrupción en su partido. Gürtel, Púnica, Bárcenas, Palma Arena, Noos
y el sursuncorda valenciano no evitaron que el hombre impasible cumpliese su
destino y se erigiera en Presidente de todos los españoles (y mucho españoles).
No creo que Mariano, más lector del Marca que de los clásicos, se acordara del
Nobel de Literatura cuando llegó a la Moncloa. Pero en su etapa como presidente
convirtió el “resistir es vencer” en el emblema de su gobierno. Tras cuatro
años de apariciones en plasma, recortes y ajustes de cuentas (sirva de ejemplo
el tan traído y llevado IVA cultural), en los que el guano de gaviota se
extendió por los juzgados de España, Rajoy se mantuvo fiel a su estilo y
declinó bajar al barro de los debates durante la campaña electoral, dejando en
manos de su paladina Soraya el enfrentamiento con sus rivales políticos. El 20
D gana sin ganar, pero resiste.
En la que será la legislatura más corta en la
historia de nuestra ya no tan reciente democracia, deja que sean otros los que
suden en busca de pactos imposibles, presos de una acción que no los llevará a
ningún sitio, y se sienta a esperar la nueva convocatoria de elecciones confiado en recuperar en la segunda vuelta los votos que Ciudadanos le había restado
por el otrora tan disputado centro. Bien sabía Mariano que el castigo de los
votantes de derecha es tan corto como laxo. En una nueva reedición de su lema,
resistió y ganó. Y ahí lo tenemos, dispuesto a formar gobierno.
Hay que reconocer, no obstante, que no todo el mérito
es de nuestro marmóreo presidente. No debemos subestimar los deméritos
acumulados por sus rivales, esos que tanto le han allanado el camino. Ahí tenemos,
por ejemplo, al PSOE, tan parecido al PP cuando gobierna, tan preocupado de
pasar sus travesías del desierto de la oposición haciendo ver a sus posibles
votantes las diferencias que separan a ambas formaciones. Es entonces, y sólo
entonces, cuando desempolvan sus siempre postergados proyectos de renovación
del concordato y estados federales. Y es que la mejor definición de la
bipolaridad que caracteriza a los socialistas la hizo Alfredo Pérez Rubalcaba
cuando explicó que su partido era profundamente republicano, pero la monarquía
parlamentaria le sentaba como un guante.
Poco ha podido hacer Ciudadanos de Albert Rivera, es
cierto. Ese invento de laboratorio, tan parecido al PP como un PSOE con mayoría
absoluta, centra sus esfuerzos en pactar a cualquier precio. Y es que, aunque
al principio, gracias al atractivo de sus líderes, en especial el propio Rivera
e Inés Arrimadas, parecían salidos de un casting de las juventudes populares (esto
quedó desmentido al incorporar a Felisuco a su formación), poco a poco se les
ha ido poniendo tal pinta de CDS, que a poco que pasemos otra vez por las urnas
pueden acabar convertidos en UPyD. El caso de Toni Cantó, merece capítulo
aparte.
Y cómo olvidarnos de Unidos Podemos, ese piso compartido
por los cachorros de un Julio Anguita (quién te ha visto y quién te ve), que se
olvidó del “programa, programa, programa” y sacrificó la ideología (y a IU, que
firmó su acta de disolución con la confluencia) en busca de un puñado de votos
que no han servido para asaltar el cielo. Disfrazados, a prisa y corriendo, de
socialdemócratas, perdieron la autenticidad y el crédito ahuyentando a los electores
más saturados de “postureo” y se quedaron con la miel del “sorpasso” en los
labios.
En definitiva, que entre líderes guapos sin
sustancia, clónicos neoliberales y nuevos que se dejan llevar por el antiguo
viaje al centro, a Mariano le ha bastado, una vez más, con quedarse quieto. Y
es que, como dijo don Camilo, en España, el que resiste, gana.