“Maiakovski tenía dieciocho años, dieciséis dientes podridos, dos hermanas
y un solo lector. Escribía poesía lírica pero roncaba como un poeta épico.
Imágenes fuertes, nuevas: le pegaré fuego al cuartel y me lo pondré en la
cabeza para tener una melena pelirroja. Tenía un abrigo negro con agujeros en
los codos, un sombrero que fue de su padre, un montón de ganas de hacer cosas,
miedo a la oscuridad, más de cincuenta poemas y un solo lector…”
Así comienza la última novela de Juan Bonilla, y, hasta la fecha, su
indiscutible obra maestra (según la discutible y subjetiva opinión de un
servidor). En ella se narra el ascenso y caída de Vladímir Maiakovski, actor,
guionista, dibujante, revolucionario, dramaturgo, publicista, pero por encima
de todo uno de los fundadores del movimiento de poesía futurista bolchevique. A
través de su aventura vital asistimos a un capítulo fundamental de la historia
del siglo XX, al tiempo que nos convertimos en testigos de la frescura radical
y narcisista del arte de vanguardia de la época.
Desde el título hasta el último capítulo Prohibido entrar sin pantalones es un prodigio de asimilación de la
obra de Maiakovski. Bonilla inserta poemas y textos del autor, dándole al texto
un tono con el que consigue una autenticidad que hace que Maiakovski esté
presente más allá del hilo argumental de la novela.
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