viernes, 5 de octubre de 2018

LA MALDICIÓN DEL INCA ATAHUALPA



Tras una dura contienda que lo había enfrentado a su medio hermano Huáscar, Atahualpa se convirtió en el último de los reyes incas. Quiso la mala fortuna que su reinado coincidiese con la llegada del conquistador Francisco Pizarro, al que el Inca, en un  intento de aplazar el enfrentamiento, agasajó con regalos. El español correspondió a la hospitalidad del monarca invitándolo a celebrar una reunión en su campamento. Atahualpa accedió, pero se hizo acompañar de algunos cientos de soldados de su guardia personal y, para su desgracia, de su joven esposa Cuxirimay Ocllo, una hermosa india de apenas quince años dueña de un cuerpo de curvas amazónicas a la que Pizarro no le quitó el ojo en toda la cena.
Airado por su descaro, a los postres, Atahualpa le afeó al extremeño su comportamiento. Pero este, llevado por la codicia y la lujuria, lejos de disculparse, ordenó a sus hombres que apresaran a Atahualpa y a su esposa tras pasar por la espada a toda la guardia personal que los acompañaba. Esa noche Pizarro durmió con la esposa del inca, a la que en adelante, en su nuevo papel de concubina del conquistador, se la conocería por el cristiano nombre de doña Angelina. Mientras esperaba pacientemente a ser ejecutado a la mañana siguiente, Atahualpa planeó su venganza.
Cuentan las crónicas que antes de que el verdugo cumpliera su cometido, el Inca pronunció unas extrañas palabras que el intérprete de la tropa española no fue capaz de traducir. Preguntado por Pizarro acerca del significado de lo que decía Atahualpa, el hombre solo alcanzó a decir: “No es quechua lo que habla, mi señor. Pero, por la expresión y el tono empleado, juraría que se trata de una maldición”. Altivo y orgulloso, el último de los reyes incas se despidió de la vida repitiendo: “Electro latino y reggaetón. Electro latino y reggaetón…”.