lunes, 2 de abril de 2012

CORAZÓN TAN BLANCO de JAVIER MARÍAS


Normalmente el primer capítulo de una novela debe estar escrito de forma que al lector le despierte el apetito de seguir leyendo el libro que tiene entre las manos. Sin embargo, cuando leí Corazón tan blanco la fuerza del primer capítulo era tal que me quedé atrapado en las primeras páginas, releyéndolas una y otra vez, sin ser capaz de salir de ellas. Durante una semana, no pude leer otra cosa que no fuera ese capítulo rotundo, que empezaba y terminaba en sí mismo, como una novela contada en un instante, como un instante contado en una novela. Quedé atrapado entre sus páginas, hasta que el capítulo quedó grabado en mi memoria de teflón, en la que de costumbre no se pega nada.
Solo al cabo de una semana pude vencer la fuerza hipnótica del primer capítulo y me sumergí en el segundo, que también resultó ser una historia que comenzaba y acababa en sí misma. Aterrado ante la posibilidad de volver a quedar atrapado en una espiral interminable, me precipité sobre el siguiente capítulo en el que ya arrancaba el relato de forma más convencional.
La novela la leí a dentelladas urgentes, sin paladearla, sintiendo un vértigo impreciso, una necesidad inexplicable de apurar sus páginas para poder sumergirme de nuevo, como imagináis, en la lectura circular y reiterada de su primer capítulo.
Todavía hoy, años después, me acerco de forma periódica a la estantería y saco mi viejo ejemplar de bolsillo para releer las páginas gastadas por la erosión continua de la caricia de mis ojos sobre la letra impresa y me sumerjo en la lectura de ese primer capítulo de belleza hipnótica, que es lo más parecido a la perfección narrativa con lo que me he topado en mis dilatados años como lector.
CONCURSO LITERARIO: ¿Qué famosa obra de William Shakespeare da título al libro?

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