Cuando a mediados del siglo XVI se publicó por primera vez el Lazarillo, los pocos lectores que habían
escapado del mayoritario analfabetismo estaban habituados a los libros de
caballería y a las novelas pastoriles, con su discurso grandilocuente y su
concepción maniquea. Un universo literario limitado a la representación de
mundos ideales, alejados de la realidad mundana. Por eso, podemos afirmar
que el Lazarillo representó un cambio
radical en el concepto literario de la época, un paso a la modernidad que dio
como resultado el nacimiento de un género, el de la novela picaresca.
Narrado en primera persona, el libro es una sucesión de anécdotas que
ocurren al antihéroe cosidos con el hilo del humor y un, hasta entonces
desconocido, realismo social. El protagonista va pasando de un amo a otro, las
más de las veces sin más fruto que el hambre. La novela sorprende por la
frescura de su lenguaje, por sus personajes, que aúnan virtudes y defectos. Por
primera vez, el escritor se convierte en cronista de su época, abandonando los
modelos acartonados e idealistas que hasta ese momento habían copado el gusto
de los lectores.