martes, 28 de junio de 2016

RESISTE Y VENCERÁS


Aseguraba Cela que “en España, el que resiste, gana”. Y vaya si ganó. Al reconocimiento público de una carrera literaria cimentada en dos obras de indiscutible valor sumó el Príncipe de Asturias; el Nobel; un Planeta, que no por ser dudoso fue menos suculento, y un Cervantes, según sus propias palabras, “cubierto de mierda”. Hasta el momento en que le fue concedido, claro, que pasó a ser lustroso y brillante como una patena.
Pero no crean que el de don Camilo es un caso aislado de resistencia patria. Ni tan siquiera es el más significado. Ahí tienen, por ejemplo, a Mariano Rajoy Brey, que fiel a su estilo don Tancredo aguanta sin moverse desde el día en que fue señalado por el dedo sucesorio de Aznar, convencido de que un político de tan escaso carisma no podría hacerle más sombra que su bigote, ese que está sin estar, ni se atrevería a desmontar el tinglado con el que el partido se financiaba. Cuando en 2004 perdió las elecciones frente a José Luis Rodríguez Zapatero, Rajoy empezó a dar muestras de su naturaleza de estatua y se sentó a esperar a que los vientos hiciesen girar la veleta. Volvió a caer derrotado en 2008, cuando los primeros coletazos de la crisis anunciaban el carácter de espejismo de una nueva legislatura con gobierno socialista tan solo en lo nominativo. Tras recortes y malabarismos lingüísticos del ejecutivo, el camino del líder popular quedaba expedito pese a la alarmante sucesión de casos de corrupción en su partido. Gürtel, Púnica, Bárcenas, Palma Arena, Noos y el sursuncorda valenciano no evitaron que el hombre impasible cumpliese su destino y se erigiera en Presidente de todos los españoles (y mucho españoles). No creo que Mariano, más lector del Marca que de los clásicos, se acordara del Nobel de Literatura cuando llegó a la Moncloa. Pero en su etapa como presidente convirtió el “resistir es vencer” en el emblema de su gobierno. Tras cuatro años de apariciones en plasma, recortes y ajustes de cuentas (sirva de ejemplo el tan traído y llevado IVA cultural), en los que el guano de gaviota se extendió por los juzgados de España, Rajoy se mantuvo fiel a su estilo y declinó bajar al barro de los debates durante la campaña electoral, dejando en manos de su paladina Soraya el enfrentamiento con sus rivales políticos. El 20 D gana sin ganar, pero resiste.
En la que será la legislatura más corta en la historia de nuestra ya no tan reciente democracia, deja que sean otros los que suden en busca de pactos imposibles, presos de una acción que no los llevará a ningún sitio, y se sienta a esperar la nueva convocatoria de elecciones confiado en recuperar en la segunda vuelta los votos que Ciudadanos le había restado por el otrora tan disputado centro. Bien sabía Mariano que el castigo de los votantes de derecha es tan corto como laxo. En una nueva reedición de su lema, resistió y ganó. Y ahí lo tenemos, dispuesto a formar gobierno.
Hay que reconocer, no obstante, que no todo el mérito es de nuestro marmóreo presidente. No debemos subestimar los deméritos acumulados por sus rivales, esos que tanto le han allanado el camino. Ahí tenemos, por ejemplo, al PSOE, tan parecido al PP cuando gobierna, tan preocupado de pasar sus travesías del desierto de la oposición haciendo ver a sus posibles votantes las diferencias que separan a ambas formaciones. Es entonces, y sólo entonces, cuando desempolvan sus siempre postergados proyectos de renovación del concordato y estados federales. Y es que la mejor definición de la bipolaridad que caracteriza a los socialistas la hizo Alfredo Pérez Rubalcaba cuando explicó que su partido era profundamente republicano, pero la monarquía parlamentaria le sentaba como un guante.
Poco ha podido hacer Ciudadanos de Albert Rivera, es cierto. Ese invento de laboratorio, tan parecido al PP como un PSOE con mayoría absoluta, centra sus esfuerzos en pactar a cualquier precio. Y es que, aunque al principio, gracias al atractivo de sus líderes, en especial el propio Rivera e Inés Arrimadas, parecían salidos de un casting de las juventudes populares (esto quedó desmentido al incorporar a Felisuco a su formación), poco a poco se les ha ido poniendo tal pinta de CDS, que a poco que pasemos otra vez por las urnas pueden acabar convertidos en UPyD. El caso de Toni Cantó, merece capítulo aparte.
Y cómo olvidarnos de Unidos Podemos, ese piso compartido por los cachorros de un Julio Anguita (quién te ha visto y quién te ve), que se olvidó del “programa, programa, programa” y sacrificó la ideología (y a IU, que firmó su acta de disolución con la confluencia) en busca de un puñado de votos que no han servido para asaltar el cielo. Disfrazados, a prisa y corriendo, de socialdemócratas, perdieron la autenticidad y el crédito ahuyentando a los electores más saturados de “postureo” y se quedaron con la miel del “sorpasso” en los labios.

En definitiva, que entre líderes guapos sin sustancia, clónicos neoliberales y nuevos que se dejan llevar por el antiguo viaje al centro, a Mariano le ha bastado, una vez más, con quedarse quieto. Y es que, como dijo don Camilo, en España, el que resiste, gana. 

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