lunes, 13 de mayo de 2013

MITOLOGÍAS de MANUEL VICENT


 
Manuel Vicent hace un repaso por la historia a través de la biografía de algunos personajes que, de una u otra manera, han influido decisivamente en la cultura moderna. Por sus páginas asistimos a la desgarradora historia de mujeres maltratadas de la mano de Billie Holiday y Lee Miller. Somos testigos de la revolución pictórica a través de la historia de Modigliani (y sus amantes), de Paul Cezanne (y su fracaso), de Suzanne Kaladon (la modelo que acabó siendo pintora) y de su hijo Maurice Utrillo (el esquizofrénico salvado por un matrimonio), de Paul Gauguin (que se encontró en Haiti), y la historia de Kahnweiler, el marchante de arte más influyente y Dora Maar, que prestó sus ojos a Picasso para El Guernica. Nos encontramos con el mujeriego Pablo Neruda y su enemistad irreconciliable con Vicente Huidobro, con Ezra Pound, el poeta-pirómano que intentó incendiar el mundo con sus versos, con Arthur Rimbaud, que dejó de escribir a los 19 años pero, eso sí, a tiempo de haber inventado la poesía moderna y el verso libre, con el sacrificio poético de Zenobia Campubrí, y el suicidio de Cesare Pavese. Vemos a un J.D. Salinger elevado al altar de la fama por tener como lector al asesino de John Lennon. Nos recuerda que pese a Louis Althusser no todos los filósofos matan a su esposa, pues algunos como Wittgenstein mueren felices. Nos emocionamos con la belleza desnuda de Hedy Lamarr, o el magnetismo irresistible de Alma Mahler. Huimos en el cine de John Houston, en la frase feliz de Billy Wilder, en la imagen de la resistencia encarnada por Yves Montand, o en la lucha de Montgomery Clift por ganar el pulso a la máscara de un infierno más buscado que encontrado. Sin olvidar a Georges Grosz, el artista que encuentra la genialidad en mitad del horror y la pierde en la normalidad, o el camino corto de Frank Sinatra y la invención del envase como forma de arte de Andy Warhol. O ponemos en tela de juicio la historia del arte a través de las falsificaciones Van Meegeren. O descubrimos  Anthony Blunt, el traidor por excelencia del siglo XX.

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