domingo, 9 de junio de 2013

ESCRITORES DELINCUENTES de JOSÉ OVEJERO


Al parecer, una vida delictiva puede despertar el interés de los lectores, y por ende de los editores. ¿Podemos no obstante asegurar que la inteligencia y la sensibilidad redimen a los artistas de sus delitos? La historia de la literatura nos regala ejemplos de reclusos reconvertidos en escritores como forma de reinserción, y también de escritores que delinquen y pasan por la cárcel.

Ya en el siglo XV François Villon, clérigo, poeta y ladrón (es posible que incluso homicida), fue pionero al encarnar a la perfección el papel de maldito. Cervantes ya era escritor antes de ser encarcelado por vender trigo decomisado de forma ilegal, pero fue en prisión donde nació la idea que lo haría inmortal. Jean Genet, ladrón convertido en artista, parece un personaje reinventado por y para sí mismo. ¿Abdel Hafed Benotman es un delincuente o un rebelde que niega a la sociedad? William Burroughs, el transgresor por excelencia, se convirtió en icono de la cultura punk por su continuo pulso a la sociedad; eso sí, a su condición de homosexual, yonqui y delincuente, añadió la de homicida tras matar por “accidente” a su segunda esposa jugando a Guillermo Tell con una pistola (juego consentido por ella, todo hay que decirlo). Verlaine intentó matar a su amante, el también poeta Rimbaud. Juliet Marion Hulme, esa “criatura celestial” que a los 15 años ayudó a su amiga Pauline a deshacerse de su madre, y después se convirtió en la escritora Anne Perry, parece haber vivido dos vidas perfectamente discernibles (hasta en el nombre). Kerouac, Sir Thomas Malory, Jack London, Álvaro Mutis, y un largo etcétera de escritores pasaron por prisión en algún momento de sus vidas por diversos motivos. Otros como Chester Himes o Jimmy Boyle (por citar algún ejemplo) se hicieron escritores en prisión.

Escritores delincuentes es un interesante ensayo en el que José Ovejero hace repaso de algunos de los casos más interesantes de delincuentes reconvertidos en escritores y viceversa, y del efecto magnético que esto causa en ciertos lectores voyeurs, ávidos de “historias reales” (¿Hay algo más irreal que una autobiografía o un libro de memorias?).

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