Quiso la fortuna que de regreso de tierras gallegas parásemos a pernoctar en Urueña, singular
localidad vallisoletana famosa por poseer el ilustre título de Villa de los
Libros, en la que a resguardo de sus murallas el silencio es interrumpido sólo
por el zumbido pertinaz de sus imperiales moscas castellanas. Y como la ocasión
la pintan calva y los habitantes de Urueña pueden presumir de que pese a su
reducido tamaño (de la villa, no de los carrasqueños, que así se hacen llamar
los naturales de esta noble localidad y cuyos tamaños son variados) tienen la
nada despreciable cantidad de doce librerías a su disposición, mi esposa y yo
resolvimos pasearnos a la caza de algún ejemplar. Y hete aquí que en la vitrina
de la primera librería (y única, que no son muy de madrugar en esta villa) con
la que nos topamos descansaba un librito que apenas excedía el tamaño de uno de
esos teléfonos móviles con pantalla táctil y acceso ininterrumpido a la red de
redes, hijos del progreso tecnológico y causantes del retroceso intelectual de
más de un parroquiano, que ya son muchos los que empiezan a olvidar cómo
comunicarse con sus semejantes si no es a base de pulsar unas teclitas hechas
en exclusiva para dedos de infantes y damiselas de delicadas manos poco
acostumbradas al trabajo. Pues bien, (y voy de una vez al grano, que ya habrán
olvidado vuestras mercedes el motivo de esta disertación con tanta digresión)
en la portada de susodicho librito podía leerse el siguiente título: Gracias y desgracias del ojo del culo de
D. Francisco de Quevedo y Villegas, prometiendo además que en su interior se
hallaba la Defensa del pedo de D.
Manuel Martí. Como imaginarán aquellos que conocen mi devoción por el padre del
conceptismo y mi famoso gusto por lo obsceno, me lancé al interior del local a
fin de adquirir semejante joya.
Esta obra de Quevedo pasa por ser una apología y una defensa del culo y de
su orificio de salida dirigida a doña Juana Mucha, Montón de Carne, mujer gorda
por arrobas, y dice ser escrita por Juan Lamas el del Camisón Cagado. Lleno de
sátira y juegos de palabras, esta obra es una muestra más del ingenio de Quevedo,
que al gusto por el adorno vacuo y el lenguaje recargado propio del gongorismo
contestaba con humor irreverente, demostrando que la creación literaria puede
también tener un marcado componente lúdico y un claro objetivo de diversión.
En cuanto a Defensa del pedo hay
que decir que se trata de una traducción a lengua vernácula del original de
Manuel Martí, escrito en latín, en la que, como reza en el título, se hace una
encendida defensa histórica y fisiológica de una acción tan denostada como
necesaria y ancestral, recordándonos que el pedo es más antiguo incluso que el
lenguaje.
En definitiva, un ejemplar indispensable en cualquier buena biblioteca que
se precie.
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