miércoles, 12 de septiembre de 2012

OTRA SEVILLA




Sí, ya sé que Sevilla es barroca. Poco importa que la Catedral sea gótica, la Giralda almohade con remate renacentista, o en el Alcázar predomine el estilo mudéjar. El sevillano que se precie de serlo ha de sentirse identificado con lo abigarrado y con la línea curva, y renegar irremisiblemente del espacio vacío (por pequeño que este sea) que se resiste al adorno. Si no me creen, entren en cualquier iglesia y observen el retablo. Les espera una piadosa orgía de imágenes rodeadas de un recargado entorno de arcos, columnas y orfebrería. Así es Sevilla. O, al menos, esa Sevilla de pregones en la que la Torre del Oro se mira coqueta en el espejo del Guadalquivir, esa Sevilla de procesiones e inmaculadas de Murillo, que gusta de repetir los mismos modelos artísticos desde hace cuatrocientos años, que confunde artesanía con arte, y destreza con creatividad. Una Sevilla de tópicos y anuncios de Cruzcampo (valga la redundancia), más apegada a la costumbre que a la tradición. ¿Cómo explicar si no que el traje de flamenca esté sujeto a modas, asegurándose así los diseñadores su volumen de ventas anual? ¿Por qué si no habríamos cambiado en la Feria el fino y la manzanilla por el rebujito (brebaje inmundo que no se bebe el resto del año), o las sevillanas corraleras de toda la vida por las rocieras (haremos de Almonte un barrio de Sevilla si hubiera menester)? Así, ser sevillano se convierte en una especie de militancia ombliguista que le obliga a uno a elegir un botellín de Cruzcampo a uno de Pilsner Urquell, aunque el paladar y el sentido común dicten lo contrario. Ya se sabe, hay que vivir de sevillanas maneras.
Sin embargo, de forma imperceptible, una Sevilla distinta se abre paso entre el exceso barroco. En las calles de nuestro casco antiguo y nuestros barrios, como por arte de magia, se van extendiendo pequeños signos de modernidad que pasan a formar parte de la ciudad. Son bosquejos de una Sevilla diferente, con aire fresco de fusión, que representan una alternativa al estereotipo con la que nos identificamos aquellos que huimos del tópico maestrante y nos avergonzamos cuando vemos jalear a la duquesa de Alba a la puerta de su palacio, celebrando su enlace con un cincuentón aproximadamente un siglo más joven que ella, descalzándose en un amago de baile, que recorrerá las parrillas de los distintos canales de televisión, acompañado del bochornoso peloteo de palmeros habituales, para mayor escarnio nuestro.










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