
Como Virgilio hace con Dante en el infierno compuesto por nueve círculos
concéntricos que duerme en las entrañas de la Tierra en La Divina Comedia, José Antonio Apolo nos ofrece sus servicios como
guía turístico del Tártaro, invitándonos a una excursión por veinticinco rutas
por el corazón del abismo que coinciden con otras tantas historias reales. Pero
a diferencia del creado por Dante, los veinticinco infiernos que él nos muestra
son terrenales y tangibles. Porque es cierto que la morada del mal puede
encontrarse en un lugar geográfico, pero también puede habitar en la mente
desquiciada del psicópata que asesina por necesidad o por placer, para acabar
materializándose en la pesadilla real que viven sus víctimas. Hay infiernos
habitados por voraces bestias de carne y hueso, y otros creados por la ambición
y la crueldad humanas. Sea como fuere, ninguno de ellos hay que buscarlos lejos
de este mundo. Todos están más cerca de lo que creemos, acechándonos
pacientemente, perfumando de azufre nuestra vigilia.
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