¿Qué
es poeXía?
Poner
en verso
Una
guarrería.
ODA A LA PAJA
Si hay un poema que define la
primera etapa de Manuel Valderrama Donaire, ése es, sin duda, su famosa Oda a la paja. Al igual que el acto de
creación literaria, la práctica del onanismo se realiza en soledad; en un
estado de recogimiento y privacidad que acerca a su autor a la concepción
poética de los grandes místicos de nuestros Siglos de Oro.
Este poema, no sólo ejemplifica y
resume a la perfección los grandes temas que vertebran las primeras obras del
poeta, también se trata, como no podía ser de otra forma, de su trabajo más
“íntimo” y “personal”.
El tacto de la epidermis propia
en su propio epicentro,
el chapoteo vertical
que desciende y asciende
de la copa a la raíz,
del nadir al cénit,
de la cima a la sima,
del averno al cielo.
¡Soy convulsión!
¡Soy volcán!
Y finalmente reposo blanquecino,
viscosa soledad
inundando el ombligo.
MUJER CAMINANDO
El poeta sale de su ensimismamiento y descubre que su
impulso obsceno encuentra nuevos objetos de deseo. Una mujer caminando es
suficiente para despertar su lujuria. Que el lector no se deje engañar por el
disfraz del lenguaje poético que, mediante imágenes y metáforas, trata de
ocultar el verdadero carácter libidinoso que esconden sus versos. Obsérvese con
detenimiento como, al final del poema, el autor se delata, volviéndose a mirar,
con pecaminosa indecencia, a la caminante con la que se cruza. Utilizando las
sabias palabras de Rafael Azcona, en estos versos se adivina “un contumaz
regodeo en la concupiscencia”.
Sin duda, sufro asfixia de pez
al verte llegar con pasos de río,
sueño con zambullirme en tus ojos
y sobrevolar el cañaveral oscuro de tu
pelo
y posarme en el junco flexible de tu
sonrisa
con la inseguridad funámbula de las
libélulas.
Pero, sobre todas las cosas,
sueño con seguir eternamente
el curso de tu andar fluvial,
cuajado de meandros,
y abonar con mi deseo tus riberas
adornándolas con hiedras y jacintos,
y vestir de nenúfares tus aguas
viéndote cimbrear en ondas tu caudal
mientras te alejas.
¿QUÉ FELACES, AMOR?
Tras
unos primeros escarceos literarios en los que el autor se limita a expresar su
lado más personal (Oda a la paja), o
aquello que le inspira el sentido de la vista (Mujer caminando), la obra poética de Manuel Valderrama Donaire
empieza a cargarse de una experiencia sensorial que queda plasmada en trabajos
más maduros, en los que traspasa, incluso podría decirse que ahonda, nuevos
límites poéticos.
Traspaso
el territorio
vedado
de tus labios.
Abierto
está el cerrojo
albino
de tus dientes.
Tu
lengua me recibe;
me
envuelve en su saliva
el
abrazo esponjoso
de
tu boca caliente.
Despacio
me derramo
en
el cáliz sagrado.
ESPELEOLOGÍA
En
este poema queda reflejada de manera patente la evolución de la obra de Manuel
Valderrama Donaire. Más allá de la obviedad en el cambio de objeto narrativo,
que sale del yo poético para enfrentarse al tú; se observa también desde el
punto de vista métrico el uso del endecasílabo. Los versos de arte mayor
indican, además del patente progreso en el uso de la “lengua”, que su poesía se
nos hace adulta.
Cobijado
al abrigo de tus muslos
hallo
néctar de mar entre tus piernas.
Sacio
mi sed antigua, centenaria,
en
la boca entreabierta que me ofreces.
Mi
lengua exploradora te recorre,
bebe
a sorbos nerviosos de tu herida.
Desde
el centro de mandos del abismo
con
su afilada danza te domina.
SONETO SICALÍPTICO
El
camino de clasicismo formal de Manuel Valderrama Donaire se ve culminado en el
uso del soneto, forma poética clásica por excelencia. Y no es casual que los
catorce versos aparezcan precisamente cuando el aspecto temático alcanza el
estado de madurez que cabía esperar hubiera llegado antes. En fin, mejor tarde
que nunca.
Me
gustan las mujeres verticales,
poder
horizontarlas en la cama,
curvar
las líneas rectas con la llama
que
arruga blancos lechos espectrales.
Me
gustan las piruetas corporales
que
tiembla, que se agita, y al fin brama
danzando
entre las sábanas vestales.
Mis
manos aletean en sus caderas,
mi
boca se derrite entre sus piernas,
mis
dedos acarician como fieras
que
anuncian la llegada de horas tiernas.
Me
rindo y me derramo en su regazo.
Ya queda
un solo cuerpo en un abrazo.
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