Editora, docente,
articulista, mujer con clara vocación de dinamización cultural, Rosario
Troncoso es sobre todo poeta, como demuestra con este Transparente, lleno de poemas cortos como latigazos, retratos en
claroscuro en los que la intimidad toma forma de espacio poético. Su sexto
poemario está dividido en dos partes. Derribos
controlados, la primera, es un retrato intimista con el amor, el desamor y
su naturaleza caduca, quizá de ambos, como eje central. Ya no son infalibles las rutas conocidas, la segunda parte, está
más apegada a la realidad social. En ella, la poeta se convierte en testigo de
un tiempo en el que la desorientación y, de nuevo, la provisionalidad se
vuelven protagonistas.
La libertad métrica
es el soporte perfecto para un lenguaje sencillo sólo en apariencia, que
encierra una trampa de sensaciones para el lector. El paso del tiempo, el amor,
la inmediatez de lo cotidiano, la caducidad inevitable, la eterna mudanza del
yo y de su propio entorno son algunos de los temas a los que nos enfrentamos en
este retrato que se aleja de la pose, que destila sinceridad en cada verso.
Rosario nos avisa: “No es natural desaprender a vivir”, pero los nombres son fugaces.
Su yo poético no puede ser otro, aunque quisiera ser “una chica…con silencios
domesticados”.
La vida no acaba en
nosotros, o tal vez, para ser más precisos, acaba también en nosotros. “Todos
los que ocurrieron/ ahora son fantasmas”. “Cuando empiezan a morir los amigos”
“enferma encontrar restos de verano”. La escritora es testigo de una sociedad
que se reinventa casi a diario olvidándose de las personas. “No cesa el
desconcierto”, Rosario nos avisa, se nos desordenan las ciudades, crece el caos
al ritmo que marcan esos otros, los “portadores de nada, guardianes” de sus
“pantanos privados”. El resto, aquellos para los que “la mediocridad es lo inevitable”, habitamos
una realidad en la que “nadie nos enseñó a ser libres”. Solo nos queda un
reducto de solidez, “la certeza de que todo se acaba”. “El mundo nos retiene en
sus afueras”, por eso tal vez sea verdad que “el olvido es siempre un bien
imperfecto”.
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