Antonio Orejudo se reencarna a sí mismo en personaje y narrador para contar
la aventura que genera su encuentro en una feria del libro con Arturo
Cifuentes, un viejo compañero de estudios universitarios. Un relato mordaz en
el que Orejudo desmitifica tanto a la crítica literaria como el poder del
proceso creativo. De hecho, en la novela se pone en tela de juicio el valor de
la formación humanística y el sistema universitario en España, “resultado de un
proyecto concebido con frialdad por el régimen franquista. La consolidación de
una anemia intelectual que sirviese de profilaxis ante el riesgo de futuras
infecciones revolucionarias”, que terminó por perpetuarse durante la
democracia.
Orejudo construye un relato, a ratos delirante (como la realidad misma) y
siempre lúcido, sobre el desmoronamiento de las certezas, al que da apariencia
de autoficción incorporando fotos y otros documentos visuales como soporte a la
narración literaria. Mediante la ironía, su autor destruye el endiosamiento de
la cultura, con un arriesgado ejercicio narrativo en el que el único mensaje
posible es que tal vez el secreto de la felicidad sólo resida en no esperar
nada de uno mismo.
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