El último libro de José María Merino es un conjunto de relatos, o de
cuentos, como él prefiere llamarlos, organizados en tres bloques. De este lado, tenemos las tramas más
realistas, las que pisan con los dos pies el suelo de lo cotidiano. De aquel
lado, queda lo fantástico, lo onírico, que en el caso de Merino siempre
mantiene un pie apoyado en la realidad. Y por último en Silva mínima, dedicado al minicuento, es la brevedad lo que
establece el vínculo entre los distintos relatos. Pero la novedad está en que
en cada relato, el autor nos propone asomarnos al origen de su genio creativo.
Nos ofrece la anécdota, el recuerdo o el sentimiento evocador que encendió la
chispa de la inspiración, haciéndonos testigos de cómo se transforman en
ficción. De este modo, la verdadera trama oculta no es otra que el cuento que
encierra la vida y viceversa. Sólo se trata de introducir un toque turbio que
se va adueñando de las aguas claras que nos describe Merino al comienzo de cada
relato. Así, tras la amistad de toda la vida puede que se esconda un secreto
luctuoso que los años no borran, que tras la contemplación de un cuadro se
esconda el anuncio constante de la muerte, o que una historia de vampiros se
acabe convirtiendo en una trampa para el lector que recibe el relato en segunda
persona.
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