Catalina es una niña curiosa, que busca desvelar el gran secreto que
encierra su familia. Ignorada por sus hermanas mayores, las mellizas, sin poder
contar con la complicidad de su hermano demasiado pequeño, demasiado asustadizo,
se siente vigilada de forma constante por una madre impulsiva, férrea guardiana
de lo que no se cuenta sobre la figura de su padre (más calmo, más enigmático),
mitificada a sus ojos de niña.
Lo que no
aprendí es una reflexión sobre el modo en que construimos nuestros recuerdos,
envenenados de ficción a poco que montamos con ellos el relato de nuestra vida.
Porque los recuerdos son imprecisos y están preñados de silencios, de mentiras
y de verdades a medias; “Como esos sueños imposibles de reconstruir porque el
solo esfuerzo es doloroso”. Una novela sobre la infancia rememorada y las
relaciones familiares llena de poesía. Un relato en el que el cambio de
perspectiva final nos enseña que la literatura no nos da respuestas (los que
nos venden eso no son más que unos estafadores disfrazados de escritores). Más
bien, al contrario, es el arte de hacernos preguntas.
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