
No sé si en este libro están todos los que son en el rock sevillano. Ni siquiera
sé si cabrían en poco más de doscientas páginas. Pero una cosa es indudable, todos
los que están son supervivientes irreductibles a los que no doblegaron ni el
éxito ni el fracaso, y seguirán estando mientras el cuerpo aguante. Porque aunque
ya descubrimos con Silvio que los viejos rockeros sí que mueren, sus almas
podridas por los humores rezumados por la luna quedan para siempre impresas en
sus canciones. Y ahora, gracias a Ángela, también permanecerán ad eternum sus caretos en el escenario
para que sus nombres nunca caigan en el olvido.